Leer el siguiente artículo titulado "Moralidad y religión" y posteriormente en una hoja de block formular una pregunta para cada párrafo con sus respectivas respuestas.
Fecha última de entrega: junio 10 de 2022.
Moralidad
y religión
La
moralidad es cosa del género humano, y no depende de ningún juez celestial que
la haya decretado.
Si no existiera un Ser Superior, sostienen los
teístas, no habría moralidad, reinaría el libertinaje y seríamos iguales a los
animales. “No todo es lícito, luego Dios existe”, sugiere el escritor ruso
Fiódor Dostoievski. Pues ambos dictámenes están equivocados y la ciencia lo
está así confirmando: la moralidad y la religión son cosas independientes.
La moral –el estudio del bien, en general, y de
nuestras acciones, en lo que respecta a su bondad o maldad– y la moralidad –la
conformidad de una acción con las pautas de la moral– son asuntos propios de la
naturaleza humana. Veámoslo de esta manera: es más recto –más moral– actuar
bien y evitar el mal por la bondad o la maldad intrínseca de las acciones que
por la búsqueda de una celestial recompensa o por el temor de un infernal
castigo. “Debemos ser honestos porque ser honestos es lo correcto”, dijo alguna
vez Martin Luther King, el líder norteamericano de los derechos civiles.
De acuerdo con las ciencias evolutivas, el
comportamiento moral es un desarrollo cultural que ayuda a la conservación del
grupo y de sus miembros. “No hacer daño” favorece la supervivencia de la
especie –de mi clan–; “no hacerme daño” favorece la supervivencia del individuo
–la mía–. Según el primatólogo Franz de Waal, los comportamientos morales en
nuestros antepasados homínidos debieron resultar de la empatía y la
reciprocidad; los grupos más aglutinados y mejor estructurados tenían, por
supuesto, más opción de sobrevivir y progresar que los individuos aislados. Los
solitarios disponían de menos oportunidades tanto de dejar descendencia como de
cazar en grupo las proteínas animales que el cerebro del Homo erectus –el
antecesor inmediato del Homo sapiens– requirió a lo largo de milenios para
aumentar de tamaño.
En el mismo orden de ideas, sostiene el biólogo
norteamericano Edward Wilson, “en el curso de la historia evolutiva, los genes
que predisponen a la gente hacia la cooperación terminarían predominando en la
gran mayoría de la población humana como un todo (así no estuvieran presentes en
todos los individuos); tal proceso repetido por millares de generaciones
tendría que dar nacimiento inevitable a los sentimientos morales”.
La predisposición a la moralidad resultante de la
selección natural se encuentra, por lo tanto, en la misma condición humana. Las
normas específicas de conducta, por supuesto, no están codificadas en los
genes; allí no hay mandamientos. La moral intrínseca es un faro visible, así
sea borroso, que guía nuestros actos.
La observación de un cierto sentido de equidad en monos
y antropoides ha sido estudiada en numerosas investigaciones. Tales estudios
sugieren que los instintos morales de algunos simios tienen raíces profundas
muy anteriores a la aparición del hombre y que hay también una predisposición
genética hacia la moralidad en nuestros parientes animales, con características
diferentes en cada especie o grupo. No es de extrañar entonces que los códigos
de conducta de los humanos, a pesar de algunas reglas similares entre ellos,
sean diferentes en cada cultura. Lo común en los códigos es la predisposición
humana a una conducta moral, no los detalles de las normas específicas.
Franz de Waal sostiene que las raíces de la moralidad
se manifiestan en los animales sociales y, en particular, en nuestros primos
los chimpancés y los bonobos. Sus expresiones de empatía y sus expectativas de
reciprocidad son equivalentes al sentido moral en sus parientes humanos. Según
la revista The Economist, las investigaciones de este holandés “proveen
abundante evidencia de que la religión no ha sido necesaria para que algunos
animales tengan comportamientos que lucen sorprendentemente iguales a la
moralidad humana”.
Escribe Franz de Waal en El bonobo y el ateo, su libro
más reciente: “La moralidad surgió primero y la religión moderna se aferró a
ella. En vez de constituir las pautas de la moral, las grandes religiones
fueron inventadas para reforzarla. Apenas estamos comenzando a explorar cómo
hace la religión para aglutinar a la gente y para hacer obligatorio un
comportamiento. No es mi intención minimizar este papel... Pero las religiones
no son la fuente de la moralidad”.
La moralidad es, pues, cosa de nosotros y para
nosotros, el género humano, y no depende de ningún juez celestial que la haya
decretado. Y menos aún requiere de jueces terrenales, sean autonominados o
delegados por las religiones organizadas, para que actúen como portadores o
intérpretes de mensajes divinos.
Autor: Gustavo Estrada
Tomado del sitio web: https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-15222136
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